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Por Javiera Merino, profesora de Enseña Chile. Hace clases de Lenguaje y comunicación en el Colegio Kalem de Puerto Aysén.  

Es domingo y llega a mi Instagram de profesora un meme enviado por un alumno. El meme hace referencia a lo difícil que es lograr el silencio en una sala normal, en contraposición a lo difícil que es romper el silencio en una clase virtual. Mi alumno lo toma con humor y yo le respondo con una risa, porque entre reír y llorar prefiero reír. La verdad es que no es sencillo incentivar la participación en las clases en este nuevo colegio virtual. Sin embargo, hubo un hito durante el semestre que marcó un antes y un después con respecto a la participación de los y las estudiantes en mis clases virtuales. Este hito fue la encuesta “La voz de los estudiantes”, la cual es diseñada por Enseña Chile y busca recoger la opinión de niñas, niños y jóvenes sobre las clases, con el fin de utilizar los datos para tomar decisiones pedagógicas. 

La encuesta está construida considerando los pilares que sostienen una dinámica de enseñanza-aprendizaje de calidad. Su valor está en que es fácil identificar qué pilar está fallando y en dónde hay que poner más esfuerzo de manera urgente. Permite responder a preguntas como: ¿Mis estudiantes entienden para qué les sirve lo que enseño? ¿Se conectan con sus emociones? ¿Son capaces de demostrar su aprendizaje? ¿Son protagonistas de su propio aprendizaje? Me detengo en esta última pregunta, porque la encuesta me hizo ver que, aunque yo espero que tomen las riendas de su educación, no saben que pueden hacerlo. Cuando les pregunté por sus fortalezas, muchos respondieron “no sé”; cuando les pregunté sobre cómo podían ser mejores las clases, se repetían los “no sé”. Me di cuenta de que hay varias preguntas que debemos formular más a menudo, preguntas que los y las estudiantes deben escuchar seguido para poder responder mejor. 

El día que les entregué los resultados y les propuse acciones para que fueran discutidas, aproveché de hacer una reflexión sobre el extraordinario momento que estamos viviendo. Como nunca antes, estamos aprendiendo sin notas, sin presiones y sin horarios estrictos. Les dije, además, que no estamos haciendo este esfuerzo simplemente porque sea nuestro deber, o porque sea su deber aprender. Lo estamos haciendo porque aprender es su derecho, y nada se los puede arrebatar, ni siquiera una pandemia.  

Luego de eso sucedió la magia, hubo un curso en que la participación explotó ese día. Se produjo una conversación distendida sobre distintos temas, que hasta ese entonces había sido imposible. La conversación sobre la encuesta y sus resultados no fue extensa, y derivó en que me contaran experiencias personales que tomaron todo el resto de la clase. No creo que hoy recuerden las preguntas específicas de la encuesta, pero ahora me cuentan cosas como si estuviéramos en el colegio. Si hablamos de relatos de misterio, me cuentan las historias de terror que conocen; si hablamos del concepto de verosimilitud, me cuentan de las películas malas que han visto. Son más partícipes de la clase de lo que eran al principio, cuando todas las cámaras y micrófonos estaban desactivados. 

Esta experiencia me ayudó a entender que la aventura del aprendizaje debe desarrollarse codo a codo con los y las estudiantes. Debemos crear espacios que nos guíen hacia un aprendizaje significativo, siempre en comunidad. Antes de saber qué pensaban mis estudiantes me estaba esforzando mucho, pero de forma dispersa. Ahora, con el dato concretopuedo esforzarme en la dirección correcta. 

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