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Columna de opinión de Víctor Rodríguez, egresado del Programa de Liderazgo Colectivo de Enseña Chile.

De acuerdo a cifras del Ministerio de Educación, el 37% de los estudiantes son matriculados en la educación media técnico profesional (EMTP) y en su mayoría provienen de los quintiles de ingreso más bajos. De ellos, solo el 35% ingresan de inmediato a la educación superior, y se teme que menos de la mitad acaban finalizándola (Bassi y Urzúa, 2010) *. Para algunos, esto puede tener sentido si se considera que la EMTP constituye, según el primer párrafo de sus bases curriculares, un ámbito de preparación inicial para una vida de trabajo.

Sin embargo, estas cifras se ven contrastadas con que, por ejemplo, en el curso donde enseñé durante mi paso por Enseña Chile, el 60% de mis estudiantes querían ingresar a la Universidad, y que la oferta de una educación científico humanista conducente a la educación superior es de solo el 10% en comunas como Alto Hospicio. Este panorama es injusto y enfrentarlo no es fácil. No obstante, la experiencia en el aula y en los talleres me demostró que la Educación TP tiene un potencial enorme, capaz de permitir a sus estudiantes adaptarse mejor a un futuro lleno de cambios, caracterizado por la cuarta revolución industrial.

En Chile, la formación técnica encasilla el ejercicio de un oficio a pocas operaciones y actividades. De hecho, los objetivos a alcanzar en la especialidad que debí enseñar incluían casi solo los verbos operar y aplicar. A pesar de esto, pude evidenciar cómo mis estudiantes exigían mucho más y las experiencias de aprendizaje resultaron en el desarrollo de habilidades muy superiores y en mayor consonancia con las competencias requeridas para el siglo XXI (Figura 1).

Figura 1: Las 7 macro competencias del futuro. Fuente: IBE, 2017.

Respecto a los elementos que destaco de mi experiencia en la de la educación TP, menciono los siguientes:

1. El nivel de equipamiento en los talleres del colegio era de muy alto nivel, comparables a los talleres de mecánica que tuve en la Universidad. Había una deficiencia en su modelo de gestión y mantenimiento, pero eso se mejora con una buena administración y asumiendo los costos.

2. Flexibilidad del curriculum y poca fiscalización. Lo que al comienzo me generó una sensación de desorientación e inseguridad por no sentirme guiado respecto a cómo enseñar una disciplina técnica, se convirtió en una oportunidad de salir de la caja y atreverme a hacer proyectos novedosos, desafiantes y en torno a temáticas con las que me sentía más cómodo. En este sentido, pienso que cualquier docente puede verse empoderado en aprovechar la flexibilidad curricular y desempeñar su profesión desde la vocación y profesionalismo, aunque también se requiere que se les deposite más confianza y autonomía, como a otros profesionales.

3. La capacidad innata de todos los estudiantes para aprender. Una de las mayores lecciones que aprendí fue a no subestimar a mis estudiantes y a creer en ellos. Probablemente, si un profesor solo intenta que la estudiante aprenda, por ejemplo, a soldar, solo aprenderá a soldar. Pero, si a través del desarrollo de esa competencia a los estudiantes se les orienta a descubrir que pueden hacer arte, construir un producto comerciable, o generar proyectos de servicio a la comunidad, la acción cobra sentido y en consecuencia el aprendizaje no solo se torna significativo, sino que también gatilla habilidades más elevadas como crear, proyectar, innovar, diseñar, adaptar, etc. Habilidades que incluso a los ingenieros en la universidad nos cuesta y toma años conseguir. Además, es interesante como las competencias que se desarrollan en las disciplinas técnicas se sustentan en contenidos humanistas y científicos muy elaborados de antropología, sociología, economía, electricidad, geometría, diseño, robótica, medicina, entre otros, contenidos que los estudiantes aprenden incluso por su cuenta cuando se motivan e investigan para sus proyectos.

4. La educación TP es el sector de la educación que más programas de integración escolar recibe. En consecuencia, en ella se generan las bases de un nuevo tejido social más inclusivo, compasivo y respetuoso.

Respecto a los desafíos de la educación TP, subrayo el vínculo con el sector productivo. La colaboración de las empresas es clave en la contextualización y actualización de los aprendizajes, y al mismo tiempo ellas deben estar a la altura de las expectativas sociales y de los trabajadores del siglo XXI, en sintonía con la construcción de una sociedad más estimulante, digna y justa.

La educación TP alberga y representa hoy un sector de la población que se ha visto por mucho tiempo desprovisto de oportunidades. Su desarrollo apalanca directamente el progreso del país y requiere del convencimiento de todos los sectores de la sociedad para fortalecerla y generar oportunidades reales para sus estudiantes y egresados. Hay que saber, que son técnicos quienes instalan las nuevas energías renovables en contra del cambio climático, son técnicos quienes diseñan la nueva realidad digital, son técnicos quienes conforman cerca de la mitad de la primera línea de la salud contra el COVID-19.

 

*Educación en Chile: El Desafío está en la Calidad. BID. Bassi y Urzúa 2010.

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